Brujas vuelos

Significado del cuadro del sabbat de las brujas

Entre 1797 y 1798, Goya realizó una serie de seis pequeños cuadros sobre el mundo de la brujería y lo sobrenatural para los duques de Osuna. Se utilizaron para decorar la nueva casa de campo de los Osuna, conocida como El Capricho, en La Alameda. En una factura de Goya al duque, fechada el 27 de junio de 1798, se lee: “[Un] total de seis cuadros sobre temas de Brujas, en La Alameda, seis mil reales”.

Ante un fondo completamente negro vemos a una figura que intenta huir de la escena. Se cubre la cabeza con un paño blanco y hace un gesto con ambas manos, presumiblemente en un intento de ahuyentar a los malos espíritus. A la izquierda, otra figura aterrorizada se acobarda en el suelo, con las manos sobre las orejas. En el ángulo inferior derecho se distingue un asno, elemento recurrente en la iconografía de Goya y que se utilizaba para simbolizar la ignorancia. Sobre ellos, Goya ha representado los productos de la imaginación de los hombres y el objeto de su miedo: tres figuras con el torso desnudo, que llevan corozas cónicas (símbolos de la Inquisición) en la cabeza y flotan en el aire. Dos de ellas están chupando la sangre de otro hombre desnudo, al que han levantado en el aire.

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El pequeño lienzo tradicionalmente llamado Vuelo de brujas forma parte de un grupo de seis pinturas que Goya vendió a los duques de Osuna en 1798 para El Capricho, el palacio de recreo de la duquesa, situado en su propiedad de La Alameda, a las afueras de Madrid.

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En su recibo, Goya describió estos cuadros como “composiciones de asuntos de Brujas”, personajes que protagonizan cuatro de los lienzos, mientras que los otros dos tienen que ver con temas literarios relacionados con figuras espectrales.

Al igual que en sus grabados, Goya se sirvió en estos cuadros de la sátira y la caricatura para denunciar los problemas y vicios de una sociedad víctima de los abusos de los estamentos sociales más elevados, en este caso, el clero, y en particular la Inquisición, una de sus manifestaciones más criticadas en la época, institución que ya entonces había registrado varios procesos de acusación por brujería.

Se ha dicho que de todas las representaciones de Goya sobre este tema, La huida de las brujas es una de las más siniestras y terroríficas, y al mismo tiempo una de las más bellas y poderosas. Es sin duda una de las más enigmáticas, y numerosas son las interpretaciones que han intentado explicarla.

Las brujas van al sabbat

Vuelo de Brujas (en español: Vuelo de Brujas, también conocido como Brujas en vuelo o Brujas en el aire) es un óleo sobre lienzo realizado en 1798 por el pintor español Francisco Goya. Formaba parte de una serie de seis cuadros relacionados con la brujería adquiridos por los Duques de Osuna en 1798[1].

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Abajo, dos figuras vestidas de campesinos retroceden ante el espectáculo: una se ha tirado al suelo tapándose los oídos, la otra intenta escapar cubriéndose con una manta, haciendo el gesto de la higa con la mano para ahuyentar el mal de ojo. Por último, aparece un asno a la derecha, aparentemente ajeno al resto de la escena.

El consenso general entre los estudiosos es que el cuadro representa una crítica racionalista de la superstición y la ignorancia, sobre todo en materia religiosa: las corozas de las brujas no sólo son emblemáticas de la violencia de la Inquisición española (las llamas ascendentes indican que han sido condenadas como herejes impenitentes y serán quemadas en la hoguera)[6][7]

pero también recuerdan a las mitras episcopales, con las características puntas dobles. Las acusaciones de los tribunales religiosos se reflejan así en ellos mismos, cuyas acciones se equiparan implícitamente con la superstición y el sacrificio ritual[8].

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Una de las ideas más persistentes sobre las brujas era que volaban en escobas, horcas o lomos de animales a reuniones a medianoche en tierras lejanas con el diablo, demonios y otras brujas, un acontecimiento conocido como el “Sabbat de las Brujas”. Se decía que en estos sabbats tenían lugar todo tipo de actividades ofensivas, perversas e inhumanas. Pero, ¿qué ocurría realmente?

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En 1458, un hombre llamado Abraham el Judío publicó el relato de una interesante experiencia. Conoció a una bruja en Linz, Austria, que le dio un ungüento y le dijo que se lo untara en los puntos del pulso, mientras ella hacía lo mismo. Abraham tuvo la sensación de volar por los aires hacia un lugar que deseaba visitar. Cuando despertó, la bruja le contó una historia diferente de sus viajes, lo que le inspiró a investigar más. Entonces le pidió que tomara el ungüento mientras él observaba. En lugar de volar, observó que la bruja caía al suelo y permanecía inmovilizada durante horas; se despertó con más cuentos. Concluyó que el ungüento inducía alucinaciones de vuelo y otras fantasías (Lois Martin, A Brief History of Witchcraft, pp. 49-50).

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